El gran salto territorial para el Norte Argentino
Por Ignacio Bruera*
Recuperar el
sendero de crecimiento en gran medida depende de cambiar la noción de lo que
podemos aportar desde la Argentina al mundo y, con ello, mejorar nuestros
ingresos. Dicho cambio implica impulsar inversión e infraestructura productiva en
determinadas partes del país donde el estancamiento es más palpable pero donde,
al mismo tiempo, las oportunidades de crecimiento son mayores. Se trata de un
gran salto, un gran empuje para transformar la matriz productiva territorial.

La Argentina es el más claro y prolongado
ejemplo de un país que cayó en la llamada "trampa de ingresos medios" (ya sea
hace 50 o hace 90 años). Por sus siglas en inglés, la MIT, acuñada por Indermit
Gill y Homi Kharas en 2007, es una situación en la que un país que alcanza lo
que el Banco Mundial define como el "rango de ingresos medios" se
queda estancado en ese nivel. Un país en dicha situación ha perdido su ventaja
competitiva en la exportación de productos manufacturados debido al aumento de
los salarios y, al mismo tiempo, no puede mantenerse al día con las economías
más desarrolladas en mercados de alto valor agregado debido a su nivel de
productividad, capacidad innovativa y sofisticación tecnológica. La
consecuencia más visible está dada por prolongados períodos de baja inversión,
lento o nulo crecimiento de la industria, limitada diversificación productiva y
condiciones negativas del mercado laboral.
Como argentinos contamos con una serie de derechos civiles, sociales y humanos que son muy valorados por muchas naciones de ingresos similares e incluso por otras sociedades que han alcanzado niveles considerables de desarrollo humano. A medida que como país hemos alcanzado y consolidado dichos derechos, también nos hemos destacado por aplicarlos con una notable inequidad social y regional. Como nos gusta decir en foros y encuentros sociales, la Argentina no es una sola sino que son varias debido a la disparidad en el acceso a oportunidades (educación, salud, entornos seguros, amenos y creativos, infraestructura, información, oportunidades comerciales, entre muchas otros).
Que el Norte Argentino, tanto en el Noreste como en el Noroeste, cuenta con un enorme potencial productivo es sabido casi desde la misma época en la que empezamos a preguntarnos porqué nos estancamos desde lo económico y lo social. Esta noción, esta idea de un Norte desarrollado no es percibida tan solo desde las expectativas de las nuevas generaciones por contar con un país más integrado territorialmente, sino desde la experiencia histórica de economías regionales del Norte que crecieron a un ritmo vertiginoso en el marco de un modelo de consolidación nacional y de vinculación con el mundo.
La radiografía habitual del Norte Argentino nos muestra lo siguiente: las diez provincias de la región aportan unos 41.000 millones de dólares al PBI (poco menos del 10% del total del país). Amén de cómo se distribuya dicha riqueza, debido a que la región alberga a unos 9 millones de argentinos (alrededor del 22% del total del país), los indicadores de pobreza y retraso social son los más notorios. Es decir, el Norte Argentino está en la misma trampa de ingresos medios que el país pero con una peor distribución del ingreso y mayor pobreza. El futuro del Norte Argentino presenta también contradicciones a superar: si bien el 25% de los niños menores de 10 años del país viven en el Norte Argentino, los niveles educativos de la región dan cuenta del peor desempeño del país. Oportunidad y desperdicio en el mismo segmento poblacional.
Entonces, ¿qué hacer? La búsqueda del equilibrio territorial en la Argentina tiene que partir de la noción de reparación histórica - Raúl Alfonsín señalaba que "el país era rico en el centro, despoblado en el sur y pobre en el norte" - así como del mandato de dinamizar la economía argentina en general. El Norte Argentino y, en cierta medida, el crecimiento del país requieren una propuesta sistémica con visión a 10 años que considere: a. la creación de valor a través del la incorporación de tecnología y escala de las cadenas productivas más importantes, b. la identificación, financiamiento y realización de los impulsores de desarrollo (infraestructura, logística, capacitación, obstáculos institucionales, comunicación, energía, entre otros), c. la promoción de las bases materiales para el bienestar de la población (servicios básicos, vivienda, educación, salud, nutrición, seguridad, entre otros).
Este sendero cuenta con antecedentes teóricos y prácticos. El modelo del Big Push, formulado por Paul Rosenstein-Rodan en 1943, es una propuesta en la economía del desarrollo que afirma que todo lo que un país requiere para entrar en un periodo sostenido de crecimiento económico autogenerado es un programa masivo de inversión diseñado para promover industrialización y construcción de infraestructura. Retomando estas nociones, más recientemente, para Ha-Joon Chang, una política exitosa de Big Push necesita ser coordinada con otros elementos tales como: a. la promoción de exportaciones, b. la inversión en el desarrollo de capacidades en la fuerza de trabajo, c. la inversión en infraestructura, y d. alguna medida de proteccionismo. Generalmente se considera que, si bien el papel del Estado es indispensable "en ciertas etapas" tiene límites a plazo más largo. Y, al igual que todos los modelos de desarrollo depende en gran medida de cómo se inserte en el contexto internacional. Los casos más relevantes de naciones que se han desarrollado gracias a empujes (Taiwán, Singapur, España, Irlanda y Portugal, entre otros) dependieron en buena medida del ahorro externo.
Recientemente se llegó a cierto consenso de que se requiere una inversión anual en infraestructura del orden del 6% del PBI para recuperar el sendero de crecimiento y desarrollo. Para el Norte Argentino, cerrar la brecha y llegar a una convergencia de ingresos per cápita, dicho requerimiento debería ser más ambicioso: un 9% de inversión en infraestructura garantiza el equivalente per cápita a lo que recibe un vecino de la ciudad de Buenos Aires según se observa en su Presupuesto 2020. En el global estamos hablando de cerca de 4 mil millones de dólares anuales que deberían distribuirse territorialmente en función de los proyectos que sirvan para activar rápidamente sectores productivos y economías regionales del Norte Argentino. Durante los últimos 4 años, previo a la crisis macroeconómica que atraviesa el país desde abril de 2018 y mucho antes de la difícil recesión en la que el mundo está entrado debido al COVID-19, se había alcanzado poco más del 3% a través de inversión pública. Generar condiciones para que el sector privado complemente el resto ha sido siempre y será por mucho tiempo, parte del desafío.
¿Significa esto que debería desviarse inversión en infraestructura y en generación de capacidad productiva de otras regiones del país? Desde ya que no. ¿Existen garantías de las que las inversiones una vez concretadas servirán para alcanzar los objetivos planteados? No las hay pero sí está la garantía de que si no se invierte en las magnitudes referidas no se saldrá del estancamiento. ¿El hecho de requerir del ahorro externo significa un condicionante para el direccionamiento de las inversiones? De ninguna manera siempre y cuando se plantee una sintonía de objetivos locales, nacionales y globales. ¿Están las sociedades locales, las elites gobernantes y el entramado empresarial de las provincias del Norte Argentino preparadas para captar financiamiento para las inversiones estratégicas identificadas? Quizás lo más incierto de la cuestión.
Estos interrogantes no se resuelven de manera unilateral sino a través de un consenso entre actores que debería estar guiado por la necesidad de un impulso marcado, no gradual, que transforme las condiciones de base de desarrollo del territorio. De esta manera, las Provincias del Norte Argentino en interacción con el sector privado local definen y hacen públicos un conjunto de objetivos e intervenciones críticas que Estado nacional y cooperación internacional incluyen en una planificación de manera tal de lograr una convergencia entre los objetivos nacionales y los sub-nacionales. Finalmente, es necesario complementar este proceso con la conformación en el tiempo de una cultura de cambio estructural que atraviese todos los ámbitos de la vida pública y privada. Las inversiones son del territorio para el territorio y por más que inicialmente se nutran de fuentes del Estado Nacional y del ahorro externo, pueden generarse mecanismos institucionales para que la rentabilidad generada por las nuevas economías se reinvierta de manera endógena. Es shock, no gradualismo.

* Licenciado en Economía (Universidad de Buenos Aires). Magister en Economía Urbana (Universidad Torcuato Di Tella) y Magister en Relaciones Internacionales (Università di Bologna). Especialista en desarrollo productivo y territorial, y docente universitario. Entre 2004 y 2011 se desempeñó como gerente de investigación de la Fundación Observatorio PyME. Ha coordinado equipos de investigación y publicado una variedad de trabajos y artículos referidos a economías regionales, distritos productivos y cadenas de valor de Argentina y de América Latina para organismos como el Banco Mundial, el BID, la CAF, la AECID, la ALADI, gobiernos nacionales y provinciales, y cámaras empresariales, entre otros. Entre 2016 y 2018 se desempeñó como Director Nacional de Planificación y Monitoreo de Proyectos Estratégicos para el Desarrollo Territorial de la Unidad Plan Belgrano en Jefatura de Gabinete de Ministros de la Nación desde donde coordinó acciones gubernamentales para el Norte Argentino. Actualmente asesora a la Provincia de Jujuy en temas estratégicos y productivos.
